sábado, junio 24, 2006
Oz
Pero no me interrumpas, escucha, dejame empezar. Estaba por contarte el sueño que tuve anoche.
Empezaba aquí, asi como estamos ahora, muy parecido era tambien el olor a café y la dispocicion de las sillas, tú estabas ahi, exactamente igual que hoy, tirado sobre tu silla, atento, con la mano intelectual sosteniendo tu menton y señalando tu mejilla.
Tú sabes como me encanta el café por las mañanas Sebastián, y recuerda como mamá nos prohibía hace años tomarlo. Siempre he estado atraíada por lo prohibido, ¿no lo estamos todos?. Tal vez por esa razón el sueño tomo un vuelco fantástico en este punto, incluso infantil, derrepente por el recuerdo del café y la mamá, tú entiendes.
Me sumergí en un mar negro y muy caliente, sí, no te rías es serio, el café me trago Sebi. Irónico, lo sé, pero lo que viene después transgrede los límites de la ridiculez.
Bueno como te decía, salí yo de la taza, ¿no creerías que me ahogaría en mi propio café de 3.50 la taza verdad? me vi entonces trasportada a un mundo de mucho color y me llamaba mucho la atencion lo largo del sendero amarillo donde estaba parada. De pronto, y por ese capricho de los sueños de no explicar nada, me fuí alejando de la taza camino a una torre lejana al otro lado de un río.
Pero no iba sola Sebi, lo raro es que iba acercandome a la torre y de la mano me llevaban cuatro personas más, ¿o una era un perro? si, una era un perro.
Nos acercábamos a la torre y yo solo teníamos que cruzar el río y las pirañas mordieron al perro.
El pequeño bull dog chapoteaba grandes chorros de agua tratando de alejarlas, pobre, intentaba morderlas y no hacía más que confundirlas con sus patas.
Entramos todos a defenderlo. Yo me sumergí en el agua a dar de cucharasos a cuanto pez viera cerca y a mi lado, (aqui invento los nombres por que no me los dijeron) Nito, Pecos y Marcos mordían, razguñaban, les caían encima con sus garras, daban vueltas y se revolcaban, era tan divertido, por una piraña ¿puedes creerlo? y ahora la deborábamos con hambre, estaba deliciosa.
Por la mañana trepamos a la torre. Sus muros eran enormes, me parecieron semanas enteras escalando, pero llegamos al techo y vimos a un hombre de barba blanca y de ojos cansados, con un gracioso sombrero puntiagudo y un bastón. Me dió la bienvenida y me prometió cumplirme un deseo.
Por supuesto le pedí no despertar nunca, había encontrado mi hogar. Él conjuró su hechizo con las manos en el aire profiriendo palabras imposibles de reproducir, y luego me toco la frente.
Cuando abrí los ojos lo primero que vi fue a tí hermano, a ti y esa barbita blanca tan excelente y tuya, sí, ya te vas, te esperan en tu casa, pero no te olvides de tu sombrero puntiagudo Sebi.¿Cómo? No, gracias, yo me quedo, ahora vienen mis cuatro acompañantes.
Chau lenx
Suscribirse a:
Entradas (Atom)